Los doce by Justin Cronin

Los doce by Justin Cronin

autor:Justin Cronin [Cronin, Justin]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2013-01-01T05:00:00+00:00


31

—Mirad lo que nos ha traído el viento.

Un hombre manchado de grasa había indicado a Peter dónde estaba el economato, y allí había encontrado a Michel sentado con una docena de hombres y mujeres, aferrando con sus manos mugrientos tenedores que utilizaban para empujar las judías de los platos a sus bocas. Michael se levantó de un brinco del banco y le dio una palmada en el hombro.

—Peter Jaxon, en carne y hueso.

—Voladores, Michael. Estás enorme.

Daba la impresión de que el pecho de su amigo había duplicado su tamaño, de modo que tensaba la tela de su mono. Sus brazos estaban entrelazados de músculos. Una robusta sombra de barba rubia cubría sus mejillas.

—Si quieres que te diga la verdad, no hay gran cosa que hacer aquí, salvo destilar petróleo y levantar pesas. Y te advierto desde ya que no andamos sobrados de palabras. Aquí lo que más se dice es «joder esto» y «joder lo otro». —Señaló la mesa—. Ésta es mi cuadrilla. Saludad a Peter, hombres.

Siguieron las presentaciones. Peter se esforzó por recordar los nombres, pero sabía que los habría olvidado al cabo de unos minutos.

—¿Hambriento? —preguntó Michael—. El papeo no es malo si respiras por la boca.

—Debería presentarme antes al jefe de SN.

—Puede esperar. Como pasan de las doce, existen muchas probabilidades de que Stark ya esté cocido. A quien has de ver es a Karlovic, pero ha subido al depósito de gasolina de reserva. Te voy a conseguir un plato.

Compartieron las respectivas noticias mientras comían, devolvieron las bandejas a la cocina y salieron al exterior.

—¿Siempre huele tan mal? —preguntó Peter.

—Oh, hoy es un buen día. Cuando el viento cambie de dirección te pondrás a llorar. Levanta toda esa mierda del canal. Vamos, voy a enseñarte el lugar.

Su primera parada fue en los barracones, una construcción de ladrillos con un tejado de hojalata oxidado. Literas para dormir protegidas por cortinas flanqueaban las paredes. Un hombre enorme de cara alargada estaba sentado a la mesa que había en el centro de la sala, mientras barajaba y volvía a barajar un mazo de cartas.

—Te presento a Juan Sweeting, mi segundo —dijo Michael—. Le llaman Ceps.

Se estrecharon las manos, y el hombre le saludó con un gruñido.

—¿De dónde ha salido el nombre Ceps? —preguntó Peter—. Nunca lo había oído.

El hombre dobló los brazos y produjo un par de bíceps similares a dos pomelos grandes.

—Ah —dijo Peter—. Ya entiendo.

—No hay por qué preocuparse —dijo Michael—. Sus modales no son muy buenos y mueve los labios cuando lee, pero se porta bien siempre que no olvides darle de comer.

Una mujer había salido de una de las literas, vestida sólo con ropa interior. Disimuló un bostezo con la mano.

—¡Jesús!, Michael, estaba intentando sobar un poco. —Ante el asombro de Peter, rodeó el cuello de Michael con los brazos, y su rostro se iluminó con una sonrisa lujuriosa—. A menos que, por supuesto…

—No es el momento, mi amiga. —Michael se liberó con suavidad—. Por si no te habías fijado, tenemos compañía. Lore, Peter. Peter, Lore.

Su cuerpo era delgado y fuerte; el pelo, aclarado por el sol, muy corto.



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